jueves, 24 de noviembre de 2011

Locura de amor.

No es banal ni mucho menos convencional
lo que aquí se trata, mi querida damisela,
pues es recomendable atender a la posdata, 
ya que, escondido entra las líneas,
y camuflado entre sonrisas,
se hayan las verdaderas premisas
de este amor que deseo exista hoy entre los dos.

No pretendo reconocimientos, ni escarmientos;
tan solo pido una vida sin espesura,
donde, sin ninguna asfixiante censura,
pueda compartir contigo mi ilusión y mi locura.

                                                                 A.

martes, 1 de noviembre de 2011

Libertad.

En un determinado momento, alcanzas un punto en el que te sientes abrumado, cansado de la misma rutina de siempre. De hacer lo que se presupone que harás, de cumplir con las expectativas que tienen de ti, de seguir en todo momento el sendero que alguien marcó, alguien que no fuiste tú, de contentar a todos, a todos menos a ti mismo.
Consigues hallar la felicidad por instantes, en los que te sientes libre; y abrazarte a ella esperando que en algún momento, en otro chispazo, te vuelva a invadir. Vives única y exclusivamente deseando ese arrebato, esa locura que te hace burlar las órdenes, los límites, los prejuicios. Esa extrañeza disfrazada de la persona a la que llamas felicidad, esa que no teme abrirse y que espontáneamente rige su vida a lo que no está estipulado.
No se trata de anarquía o rebelión, hablamos de valores y de principios. De mostrar lo que amas y no perseguir lo que dicen que deberías ser. El mundo no necesita más copias idénticas, tú no necesitas ser la imagen de nadie.
Tú debes marcar tu rutina, y destrozarla a diario. Deshojar una margarita o lanzar una moneda al aire, si fuese necesario, para decidir si hoy es el día de atrincherarse entre la sociedad y dejar que pase el tiempo; o es el momento de dejar que el corazón vuele, de encontrarte a ti mismo, de realizar, espontánea y alocadamente lo que no habías hecho antes por no contradecir los aburguesados ideales que invaden la conformista sociedad, y que son considerados correctos por mera tradición.
Sé valiente, atrévete, mira hacia dentro y busca quien eres realmente; y sobretodo, quién quieres ser y dónde quieres llegar. Luego, establece tus propios y afianzados valores, que serán a quienes exclusivamente deberás dar explicaciones.
No te traiciones, no sigas la corriente suicida y rutinaria de la sociedad. Da un paso al frente, sincerate, y comienza a vivir; nunca es tarde, pero no pierdas más tiempo.


lunes, 12 de septiembre de 2011

Introversión.

Por esas ocasiones en las que te quedas sin palabras,
por esos momentos en los que en tu interior gritas
y, sin embargo, nada puedes exteriorizar.
Mueres por decir todo lo que piensas.
Por colocar a cada uno en su lugar.
Por que esa persona escuche de una vez por todas la verdad.
Deseas sentirte libre dentro de ti mismo.
Al final, simplemente terminas explotando,
transformando ira, rabia, sueños, esperanzas e ilusiones
en nada más que lágrimas que se evaporarán.
                                                               A. 

domingo, 7 de agosto de 2011

Varios efectos del amor.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde, animoso:
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo
satisfecho, ofendido, receloso:
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño:
creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño.
¡Esto es amor! Quien lo probó lo sabe.
 
Lope de Vega.

domingo, 17 de abril de 2011

Paseando por París.

Andando de forma automatizada, dando cada paso sin pensar, manteniendo la mente en otro lugar.
Así son mis amados atardeceres, aquellos en los que contemplo como el sol se duerme lentamente en el horizonte del Senna. 
Me siento en una plaza, y observo como la gente pasa sin darse cuenta de mi presencia, ni del hermoso paraje sobre el que caminan. Los bellos jardines repletos de flores, el escaso movimiento del agua del río, la figura alzada del emblema del amor. Vitalidad, felicidad, romanticismo... Todos parecen mantenerse ajenos a ello. 
La dulce París espera en su soledad, mientras humos de automóviles, consumismo desmesurado, y horas punta que parecen prolongarse durante todo el día, la destruyen con calma; como más duele. Aún con todo, me declaro enamorado. Embelesado de mi ciudad.
En medio de este feroz debate que se producía en mi interior, algo captó mi atención: un aroma. Un perfume especial. Si yo lo hubiera creado, sin duda, le hubiese puesto el nombre de "París". Definía la cuidad: amor, vida, soledad, tristeza, blanco y negro, color, dulce, amargo; era capaz de abarcarlo todo. Cuando pude abrir los ojos para ver quién había pasado a mi lado con tan maravilloso olor, el tiempo se paró. Recuerdo aquella postal, la recuerdo como si fuese lo único que queda en mi cerebro, como si fuera lo único para lo que había vivido: en el centro, la increíble Torre Eiffel, teñida de un matiz anaranjado por la puesta de Sol que se producía centímetros más al derecha del aquel tapiz que se había cimentado ante mis ojos, al otro lado de semejante construcción, que tanto significaba para mí, pude diferenciar los cabellos de una joven, morenos, obedeciendo al viento; una ligera corriente de aire condujo hacia donde yo estaba esa fragancia de nuevo. Se dibujó una sonrisa en mi rostro.
Aún pensado en el cuadro que había inventado, de una belleza que jamás había apreciado en ningún museo del mundo, di un paso al frente. Y cuando algo rozó mi mano, volví de repente a la realidad; pero lejos de ser brusco y doloroso, fue una sensación de cariño, ilusión y reencuentro que no había experimentado antes. No pude saber su nombre, tampoco su raza concreta. Pero supe que era ella.
Tomados de la mano, nos giramos instintivamente hacía el río; sonriendo. Y a le vez que una leve brisa ascendía desde lo más profundo de mi ciudad, trayendo consigo aquel inolvidable aroma. Nos besamos.

sábado, 12 de marzo de 2011

Desaparece tu soledad.


Es posible sentir la soledad, incluso,
comprimido entre miles de personas.
Pero también es factible sentirse
el ser más feliz y afortunado
teniendo a quién amas junto a ti.
O acaso, cuando cierras despacio
tus ojos, no sueñas con estar
ahí, en cualquier bello lugar, sentir
una íntima sonrisa, 
una cómplice mirada,
un sublime roce,
una tierna caricia,
un irreprimible abrazo,
un beso en la noche.
Y en ninguno de ellos sientes
la soledad; pero tampoco
estás dentro de un barullo
de miles de personas indiferentes.
Contigo está esa persona
                                                                                        que hace de la soledad
                                                                                        un mero recuerdo.
                                                                                                                                     A.

domingo, 6 de marzo de 2011

Memorias de mi banco.

Solo escucho el romper de las olas, el piar de unos pocos pájaros, casi puedo comunicarme con el silencio.
Abro los ojos. Allí sentado, con la única compañía que yo decidí tener, el último suspiro de mi vida. Tomo conciencia de qué, sino estaba totalmente dormido, perdí el hilo de mi pensamiento por un tiempo que no sabría definir. Veo una pequeña paloma, que se acerca a mí, pero a unos pocos metros, sale volando.
Me levanto, y camino a casa; con paso lento, desganado, como si no necesitara llegar a ningún lugar. Repito las palabras del doctor en mi cabeza una y otra vez: "no merece la pena seguir utilizando quimioterapia, no está produciendo ningún efecto; y podría causarle otro tipo de daños". ¿Qué tipo de daños podrían ser peores que estos? Ver ese día en que todo termine acercándose, unas veces corriendo, y otras andando, pero con la certeza de que hay un fecha, una hora, y que no está lejos.

Al día siguiente, vuelvo y me siento en el mismo banco de siempre. El mismo en el que me sentaba a comer un helado a la vuelta del colegio cuando era niño y el sol era abrasador. El mismo en el que besé por mi primera vez al amor de mi vida. El mismo en el que tantas y tantas veces he hablado durante horas con mi padre, durante días con mis amigos, y durante un tiempo incontable, conmigo mismo. Ahora era ese tiempo, estoy sentado aquí, solo, como elegí.
Contemplo como el sol, poco a poco, y sin descanso, va acercándose al horizonte. Pienso que, aunque termine cuando atraviese la línea que forma el bello océano, aún le resta un nuevo amanecer; descubro que mi corazón todavía alberga esperanza.
Cuando vuelvo la vista, veo que la paloma, la misma diminuta paloma que el día anterior, pasa a escasos pasos de mis pies, pero cuando me muevo ligeramente, alza el vuelo. Noto un lágrima escapar fugazmente de mis ojos, justo cuando el sol desaparece también.
Me levanto, y ando sin prisa, sin valor; de nuevo, con mi cama como destino.

Cuando un día después, yacía, con mi mejilla apoyada en el torso de mi mano, rompe a llover. Pienso en volver a casa, pero ya era inevitable acabar empapado. Me cubro como puedo, y miro el mar. Extraño el sol, que hoy se pondrá a tientas, a escondidas de todos, solo. Pero mañana, despertará con más fuerza que nunca, siempre resucita. A pesar de la lluvia, el inmenso mar parece calmado, abrazando cada gota que se acerca a él. Amaina, se disipan las nubes, pero el sol ya se ha marchado. Intento levantarme, con mis pesadas ropas completamente mojadas; y veo bajo el banco la paloma, que cuando me pongo en pie y hago un amago de arrodillarme a su lado, corre y se separa de mí, aunque no vuela. Pienso que ha tomado confianza conmigo, pero tiene miedo, no hace mal.
De camino a casa, todos me miran como un desamparado. Todos con la persona que han deseado a su lado, bajo el mismo paraguas, a pesar de saber que ya solo cae un leve sereno.

Otro día, otra tarde, mi eterno banco, mi única posesión fiel. Aunque no es completamente acertado, yo tomé la iniciativa de no decir a nadie que estaba enfermo, yo decidí alejar a quien me quedaba de mí. Yo elegí morir solo.
Sonrío amargamente, cuando, como predije, el sol de esa inolvidable tarde, pegaba sobre las rocas con un ansia especial. Mi cara casi vuelve a su melancolía habitual, pero se mantiene con el mismo semblante cuando veo a lo lejos mi pequeña amiga. Me acerco a la esquina del banco, y espero inmóvil. Recorren mi mente imágenes de estos últimos días, quizá fueran meses, o incluso, puede que hayan pasado algunos años. Veo además a mi padre, sonriendo conmigo en el banco, a mi madre alegre con tres helados entre los dedos; veo a mi primer amor sonreírme tiernamente, a mi mejor amiga abrazarme riendo. Abro los ojos y la paloma está sobre el banco. Salta, y se posa sobre mi rodilla. Con sumo cuidado, paso un dedo sobre te delicado cuerpo; se mueve, tuve la sensación de que quería tocarme también a mí. Miré al mar, el sol estaba a punto de ocultarse bajo el horizonte. Apoyo la cara en mi mano, la paloma salta y para mi sorpresa, se asienta en mi hombro.
Cierro los ojos, me duermo; aunque no estoy seguro de volver a despertar jamás.

lunes, 28 de febrero de 2011

Tú eras mi sueño, y estás aquí.

Una fugaz idea rondaba mi mente,
era un efímero e intangible pensamiento.
Tan imposible reprimirlo, como desvelarlo.
Ahondaba un surco en mi pecho, 
cada vez que dormía, cada segundo que soñaba.
Así que, mirándote a los ojos y con la mano en el corazón, 
deja que te lo cuente.
No esperes una superproducción, 
ni tampoco la gran solución de nuestra sociedad.
Es mi pequeño relato, que posiblemente,
solo tú lo sepas, porque solo tú me has prestado atención
y mejor es, pues solo tú mereces escucharlo.
Y solo eres tú quien quiero que lo conozca.
No tengo claro como expresarlo, solo sé que lo siento.
Al cerrar lo ojos, una bruma celeste precede un árbol,
grande, casi divino, miles de florecillas acompañándolo
parecían sonreír a mi paso; aroma matinal, un ambiente especial.
Un asombroso paseo a continuación, baldosas,
aún húmedas del rocío que camina junto a la luna.
No puedo resistirme, quiero agacharme y tocarlas,
tomo una flor a su vez, verde, como la mayor de las esperanzas,
o quizá fuera azul; o probablemente una mezcla de ambos,
como únicamente se hiciese un día en tus ojos.
Diviso un banco, pequeño, tablones de madera cobriza,
tan acogedor como pudiera ser un abrazo que me dieras.
Tengo el irreprimible deseo de llegar a él, ando,
e incluso corro, y lo consigo, llego a él. Con la diminuta flor, 
que espero, te enamore como lo hizo conmigo.
Un paso más, y estoy ya sentado, es formidable.
Intento compartir con alguien mi alegría, pero no hay nadie;
es más, miró más allá de lo que lo había hecho anteriormente,
recobro la conciencia, y me doy cuenta de que el silencio,
opaco, cortante, abarca todo lo que soy capaz de divisar.

Entonces, despierto, sé que mi sueño no era el paraíso.
Mi deseo era contarte que mientras estoy a tu lado,
justo en los instantes en que me miras a los ojos,
me acaricias, los momentos en que te necesito,
y que tan feliz me hacen, me llevan a un oasis inimaginable, juntos.
No es necesario soñar, estamos sentados frente a frente,
yo aún con la infinitamente hermosa flor en mis dedos,
te la brindo, sonríes, la tomas, me abrazas.
Eres mi paraíso, no me sueltes.

lunes, 14 de febrero de 2011

Yo, te amo.

En realidad, te amo.
Solo esas dos palabras,
solo eso lo define todo.
Ni el viento se lo llevará,
ni el mar lo disolverá,
ni siquiera el tiempo,
hará que caiga en el olvido.
Te amo, y nada lo cambiará.
                                       A.

San Valentín.

¿Qué es San Valentín?

En los países nórdicos, es en estas fechas cuando los pájaros se emparejan y aparean, anécdota utilizada para marcar este día como el Día de los Enamorados.
Otros dicen que tal día como hoy, los antiguos romanos adoraban a su Dios del Amor, a quién llamaban Cúpido, pidiéndole encontrar el amor verdadero e ideal.
En la tradicional Inglaterra sin embargo, se recordaba este día como el de la fiesta de los valentinuos, en la que se emparejaba a hombres y mujeres que normalmente acaban siendo marido y mujer y que casi siempre encontraban la felicidad como pareja.
Quizá la más fantástica y entrañable de estas hipótesis sea la de un sacerdote cristiano llamando Valentín, que casaba según el rito cristiano a soldados de romanos a escondidas, ya que esto estaba terminantemente prohibido (se creía que los soldados solteros rendían más en el campo de batalla). En cierta ocasión, este sacerdote decidió mostrar su religión y esas bodas cristianas al emperador de entonces, Claudio II, que se vio tentando por esa religión que los propios romanos perseguían, pero cambió de opinión y ordenó al gobernador de Roma que ejecutará al sacerdote; esa tarea se delegó en un lugarteniente llamado Asterius. Que, con afán de burlarse de Valentín, le instó a que obrará el milagro de devolver la vista asu hija ciega de nacimiento, el sacerdote realizó el milagro en nombre de Jesús, tal fue la repercusión en la niña y su familia que se convirtieron al cristianismo. Pero esto no libró de su castigo al sacerdote Valentín, que fue asesinado un 14 de febrero.
Pero no queda aquí, mientras Valentín estaba preso, esperando su ejecución, un carcelero le pidió que diera clases a su hija, él accedió. Con el paso del tiempo, se enamoró de ella. Y el día antes de su muerte, le dejo una carta firmada con las palabaras "de tu Valentín". De ahí el origen de las cartas de amor y de universal expresión "from your Valentine" con la que se firman numerosas cartas.

De esta leyenda deriva la festividad que hoy tenemos por el día de San Valentín o el día de los  Enamorados. Pero nada más lejos.
Esta leyenda, el significado real de este día, es recordar el amor verdadero, sincero, fiel, que se siente por una persona. Honrar de alguna forma la muerte tanto de este sacerdote como de todas aquellas personas que murieron en algún momento por amor.
¿Y en qué lo ha convertido esta desarrollada sociedad primermundista? En un mero consumismo que desmitifica totalmente el valor de esta fecha. Cierto es que se muestra como una buena escusa para tener un detalle con esa persona a la que amamos, pero un detalle no tiene porqué ser sinónimo de gasto de dinero, tan siquiera tiene la obligación de ser algo físico; habrían detalles que valdrían mucho más que eso, seguro.
En conclusión, demostremos a las personas que amamos lo que sentíamos por ellas los trescientos sesenta y cinco días del año, y más aún en momentos complicados, en eso que el instinto es bajar la cabeza, en esos en lo que la luz aparece tan lejana, ese es el mejor regalo que un enamorado puede hacer; porque sino, no merece a esa persona que le corresponde, ni de lejos.
No sigamos siendo tan hipócritas, y valoremos lo que esto significa de verdad.

domingo, 13 de febrero de 2011

Tu manera.

De una manera incomprensible
de una forma inexplicable
haces fácil lo que es complicado,
cuando tú estás solo a mi lado.
De una manera inimaginable,
de una forma casi imposible,
iluminas el camino mortecino,
que aún si no queremos,
debemos recorrer hasta el final.
Es el camino solitario,
el sendero imperturbable hasta
el horizonte.
Todo desaparece como un suspiro,
la última bocanada de aire.
No consigo vislumbrar lo ocurrido,
pero puedo sentirlo, sobretodo,
puedo sentirte.
Sé que es tu manera.
                                      A.              

sábado, 5 de febrero de 2011

Bailando empapados.

Como cualquier otro recreo, de cualquier otro día, ando solo y sin destino concreto. Cuando a una de esas chicas que están en mi clase y que jamás me han hablado, se le caen todos los apuntes y se desordenan azarosamente en el suelo; aprieto el paso y en segundos estoy a su lado, agachado recogiendo con el mayor cuidado posible todas sus hojas.
- ¿Pero qué haces? ¡Mira como me las has arrugado! Eres insoportable, de verdad. - Estampó la implicada.
Sinceramente, estoy acostumbrado, pero no por ello esto deja de doler y de despedazar lo poco que me queda de autoestima y dignidad.
Pero no es el hecho de que me dijera eso lo más que me humilla, eso es normal. Lo peor es como Margot, aunque tapándose la cara, se burla de mí al compás de todos los que estaban alrededor; la tenía como una de las integrantes del grupo de adaptadas y populares, pero no como una de las crueles compañeras que siempre me tratan como basura.
- Lo siento. - Solté sin más. Y me fui. Una vez más, ruborizado.

A la salida del instituto, llueve con fuerza. Y yo debo llegar caminando hasta casa, no tengo paraguas, tampoco parece que vaya a acampar, por lo que preveía un buen baño.
Salgo, a paso ligero y constante, espero en quince minutos estar ya en casa. Me voy mirando el los charcos, no veo nada, me creo exactamente lo que todos dicen que soy, nada. La definición perfecta es cuando, medio segundo después de verme, mi pie cae dentro del agua y salpica alrededor, me desvanezco. Justo cuando estoy absorto analizándome, pasa un coche bastante más rápido de la velocidad permitida, y me moja completamente.
Ya, visto lo visto, decido aminorar y tomarme el regreso como un paseo diferente. Y así lo hago, camino lentamente dejando que la lluvia llegue a mi piel. Que moje mi pelo, descienda por mis mejillas, tal lágrimas que expresaban, mejor que nada, como me sentía.
Pero al poco tiempo de estar allí, pasmado bajo el manto de agua, escucho un grito ahogado, creo oír mi nombre, y me vuelvo.
- Vaya, ¡Margot! - Era lo último que esperaba verdaderamente.
Llega ligeramente mojada, con los libros bajo el brazo y con su paraguas sujeto en el otro brazo.
- Anda, acércate. Vas a terminar enfermo. - Creo que había corrido para alcanzarme, respira entrecortadamente.
- Ya estoy lo suficientemente mojado como para eso; pero lo haré, gracias. - Me meto bajo el paraguas con ella, nunca había estado tan cerca de Margot, ni de nadie siendo honesto. Olía de maravilla, azafrán.
- David, yo... Yo, lo siento. Antes, me sentí muy mal cuando todos se rieron de ti, cuando tú solo intentabas ayudar a Davinia. - Empieza, parece sincera. Pero me noto contrariado.
- ¿Cómo? Pero si tú también te burlabas de mí.- Necesito alejarme de ella, y lo intento; pero me retiene, agarrándome el brazo.
- Si, lo sé. Eso es lo que peor me hace sentir. Yo no quería hacerlo, es decir, ahora pienso que soy una estúpida. Pero allí, ¿que pensarían si no llego a reírme? No lo sé, fue una tontería, y de verdad, lo siento mucho. - Sé que tiene razón, pero me duele admitirlo. Supongo que sueño que yo estuviera por encima de esa preocupación de como la verán sus amigos. Pero soy un iluso.
- Te creo, no te preocupes. Esperaba que no lo hicieras de verdad. Con eso supongo que me vale. - Intento sonreír.
En ese momento pasamos bajo una marquesina, donde previsiblemente, no vendría nadie durante un buen rato. Margot se queda mirando el banco durante un segundo, suelta sus libros y el paraguas.
- Margot, ¿qué...
Me coge la mano y tirando de mí mientras avanza hacia el parque, dice:
- Anda, sígueme.
En el fondo, me apetece correr bajo la lluvia, gritar, bailar junto a ella. ¡Qué soñador!
Pero para mi sorpresa, eso, o algo parecido, era lo que pretende ella. Me toma por la cintura, se abraza a mi, y se deja caer en el césped completamente anegado.
- Entonces, ¿me perdonas? - Sonríe, y se apoya en mi hombro.
- Claro, ya lo había hecho. - Asiento, con la mayor felicidad que he sentido nunca.
Se pone en pie de un salto, tira de mí. Y comenzamos a bailar, o a intentarlo.
No puedo pensar en nada, ni en mis mejores sueños aparecería algo así. Deseo recompensarla, abrazarla, o tal vez...
Me besa.
Fundidos bajo la lluvia, cierro los ojos, abro mi alma. Me dejo llevar. Es maravilloso.

jueves, 3 de febrero de 2011

Siempre viene bien un chiste.


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La risa, la mejor terapia.

Tres borrachos entran en un bar a las tantas de la noche.
Dos ellos llevan en volandas al tercero; y al soltarlo se queda tendido en el suelo. Uno de los que seguían en pie, empieza a vomitar sin descanso. Y el tercero, tambaleándose, se sienta en una mesa:
- Cama...reshro!
- Si, señor.
- Buenas... mmme pone tresh whishkish y otrosh tresh para mmmi ammmigo que eshtá en el bashño vomitashndo.
- De acuerdo; ¿y su compareño, el que está en el suelo? ¿No querrá nada?
- Mmm, nno, eshe ya no bebe mmash, que tiene que connnducir.

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Dos gallegos se encuentran de vuelta del trabajo.
- ¡Hola Manolo! ¿Qué llevas en ese saco?
- Pollos Benancio, pollos.
- Anda. Y si adivino cuántos llevas, ¿puedo quedarme con uno?
- Mejor. Si adivinas cuántos llevo, te puedes quedar con los dos.

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Entran dos alumnos media hora después de que comenzará la clase. Y la profesora pregunta:
- Pero, ¿qué hace usted llegando a esta hora?
- Disculpe. Es que estaba soñando que viajaba por todas las partes del mundo.
- Ah, ¿y usted?
- ¡Yo fui a recibirle al aeropuerto! 

domingo, 16 de enero de 2011

Teatro de una vida.

Vivimos en un ir y venir de preocupaciones. En un mar de rutinas y problemas que se suceden en nuestra vida, y que nos afanamos en solucionar y uno tras otro sin descanso. Si algún día tuviésemos la oportunidad de mirar desde fuera el escenario que hemos montado y que vulgarmente llamamos vida, tal una obra teatral, nos daríamos cuenta de que somos como unas marionetas que casi no disfrutamos de ocasiones para nosotros mismos, para conocernos, para aprender a ser felices, para valorar a las personas que nos rodean (nuestra familia, amigos, etc.) a las que hemos brindado nuestra amistad y las que nos han confiado la suya, las que nos han ayudado sin pedir nada a cambio, a las que apreciamos, a las que amamos.
Pero, si observamos durante un segundo, y miramos más allá de nosotros mismos, nos daremos cuenta de que: hay alguien, entre toda la multitud, que al amanecer irradia alegría; que produce nostalgia en su ausencia; que despierta cada mañana a su familia de tal forma que lo primero que hagan al alba sea sonreír; que a su llegada al trabajo todos los compañeros sientan una punzada de alegría en el corazón cuando les desee como de costumbre los buenos días con la mejor y más sincera sonrisa; que a la llegada a casa produzca un ambiente de ánimo, alegría y sinceridad; que en el transcurso de la tarde, mientras realiza sus quehaceres, desprenda alegría por todos los costados; que a la llegada de la noche su esposa se sienta afortunada al entrar en casa; que sus hijos deseen que un día jamás termine; y que lo último que haga, el último suspiro de la jornada antes de caer en el sueño, vuelva a ser sonreír.
Entonces, nos preguntaríamos: ¿será que este raro ser no tiene problemas? Pues no, tienes los  mismo que pudiera tener cualquier persona sobre la tierra. Pero la diferencia, y la respuesta a esta pregunta se encuentra en que afronta los problemas con la certeza de que conseguirá solventarlos y de que cuenta con infinidad de razones para evadirse de estos simples contratiempos. Bien, pero seguiremos preguntándonos, ¿quizá este personaje, sea como es, porque nunca ha sufrido de verdad? Pues no necesariamente, como una persona normal, ha tenido, tiene y tendrá los mismos problemas que quizá hayamos tenido, tenemos o tendremos nosotros: puede que haya sufrido la separación de sus padres; la muerte de un familiar; un suspenso escolar; la no aceptación de un joven de su edad; un desencuentro amoroso que nunca perdió la esperanza de recuperar, y que tal vez hoy sea la mujer que duerme a su lado y la madre de sus hijos; que no le sea sencilla legar a fin de mes, etc., etc., etc. Por tanto, la respuesta a esta interrogante la encontramos en que ha conseguido superar los escollos que se le han presentado y, además, ha sabido sacar la parte provechosa de cada uno de ellos, creciendo como persona poco a poco.
Pero aún, los más desconfiados e indecisos, nos seguimos cuestionando, ¿quizá este personajillo sea como es, debido a su carácter, todos somos diferentes no? Pues vaya, otra equivocación. Ciertamente, todos somos diferentes. Pero una parte de nosotros, viene dada genéticamente, y otra parte, la forma de ser, la personalidad, etc., la mayoría de estos componentes de nosotros mismos, van construyéndose desde que nacemos, por nuestra familia, nuestros profesores, nuestros amigos, nuestras vivencias, y sobre todo, por nosotros mismos. Entonces, esta persona ha sabido formarse, encontrarse a sí mismo, su propia aceptación, y todo con los medios que cada él mismo disponía, que cada uno de nosotros disponemos.  Ahora, pocas preguntas más se nos presentan. Tan solo debemos evadirnos un instante, hacer una ocasión especial y reflexionar sobre quienes somos, quienes queremos ser, a quién amamos, que podríamos mejorar. Y antes o después, cuando menos nos lo esperemos, seremos unas personas felices. 
Luego, podremos levantarnos de la butaca en la que veíamos esta peculiar obra de teatro, entrar en ella, y asumir el protagonismo sin olvidar todo lo que, simplemente observando, hemos aprendido.
                                                                                                                                      A.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Te das cuenta?

En algún momento, te das cuenta de que
conoces la persona que llena tu vacío,
de que sabes como solventar tu soledad,
en ella está respuesta.
Te das cuenta de que puedes mirarle a los ojos
y más que ver, puedes sentir;
escuchar como tu corazón palpita pidiéndo
la eternidad de ese instante.
Te das cuenta de que el ser más fuerte,
usualmente llamado humano, también necesita
a esa otra persona, que te otorga una vida.
Te das cuenta de que eres débil, frágil,
eres porcelana en manos torpes,
o quizá, eres un granito de arena,
en un increíblemente extenso océno.
Pero te das cuenta, que ante ti está el ángel
que te sujetará, no te dejará caer, ni tampoco
dejará que la marea te arrastre.
Te das cuenta de que tienes frente a ti, tu vida.
Y aún así, no eres capaz de dar un paso,
no eres capaz de arriesgar toda la maravilla
que acabas de inventar,
no eres capaz de destrozar un sueño,
nada menos, que para convertirlo en una realidad.
Y no te das cuenta de que quizá, en el corazón
que tienes a tu vera, ocurra exactamente lo mismo.
Finalmente, das media vuelta, te vas.
Queda en ti, de nuevo, el enorme vacío que siempre hubo.
Te das cuenta de que no paras de desperdiciar oportunidades.
Ocasiones para amarle, para vivir.    
                                                            A.

Felicidad.

Primero que nada, preguntémonos, ¿qué es? Dudo que, solamente, dos personas en el mundo coincidan totalmente en la respuesta.
No voy a meterme en si soy, o no, feliz. Me gustaría solo analizar qué es lo que llamamos felicidad y como se puede conseguir algo así, si es que tal meta se consigue.
Primero que nada, ¿qué entendemos por felicidad? ?Existe eso de felicidad absoluta, felicidad total? Yo creo que no. Más bien, podría existir la felicidad familiar, en la que disfrutas de un hogar en el que vivir, junto a tu familia y parientes, donde además, las cosas funcionan relativamente bien, y es un lugar al que deseamos llegar cuando concluye el día, o cuando terminamos la jornada laboral al mediodía. Pudiéramos hablar también de felicidad laboral, en la que tu trabajo te satisface, te llena, te siente alegre y de provecho realizándolo, es aquel oficio al que te apetece ir por la mañana y en el que no tienes problema en quedarte media hora más si fuese necesario. También se podría hablar de felicidad en el amor, cuando tienes una pareja a quién de verdad amas y que te ama honestamente (que no escasean tanto como se piensa), es la relación en la que puedes mirar en los ojos al otro, y decirle: soy feliz. Y que te responda con una sonrisa. O también decirle: me siento mal, no estoy bien. Y que te conteste en silencio, con un abrazo. Es la relación en la que las cosas salen del corazón, y que uno ayuda al otro porque lo necesita, no por obligación.
Aunque ser feliz no conlleva vivir en un cuento. Es una familia, en una casa, obviamente, habrá problemas. Pero el avanzar consiste en ir solucionándolos y sacando un provecho de ellos. Es probable que en el trabajo hay personas con las que no sintamos afinidad, o momentos en los que deseemos que sea la hora de irse; pero pobres de nosotros si fuéramos todos iguales, donde quedaría pues la sabiduría, el aprendizaje unos de otros. Seguramente, en cualquier relación existan roces, momentos de disputa, pero todos esos resquicios, cuando pasan, se convierten en puntos fuertes, los problemas acaban haciendo más fuertes a la pareja.
La felicidad no es solo y exclusivamente cosas buenas, maravillosas e increíbles.
Y podríamos seguir, líneas y líneas especulando con situaciones afables y de ensueño en las que seríamos plena o mayoritariamente felices.
Pero, ¿es posible ser feliz en todos y cada uno de los aspectos imaginables? ¿Sería posible en tal caso, ser plenamente feliz, sin un solo margen para la tristeza?
Creo que no, porque esencialmente, para que podamos hablar de "bueno", tiene que haber "malo"; para hablar de "negro", deberemos conocer también el "blanco". ¿Cómo sino sabríamos cuando somos felices si no sabemos que es lo opuesto, que la tristeza o la melancolía?
Ahora, pensemos como podemos conseguirla. Si quisiéramos conseguir la felicidad completa en el hogar, deberíamos pasar allí mucho tiempo, dedicarle hora,s empeño, entusiasmo, ilusión. Pero, lamentablemente, no somos eternos ni podemos dividirnos. Por tanto, deberemos dejar un poco de lado el trabajo, por ejemplo, y en tal caso no conseguiríamos la felicidad en ese apartado, pues no estaríamos rindiendo al total de nuestro potencial. Puede, quizá, que la solución se encuentre entonces en hallar el equilibrio perfecto en todas las facetas de nuestra vida. Pero, detengámonos, ¿existe la perfección? Hablamos de la harta dificultad para conseguir una total y completa felicidad, y utilizamos la perfección para ello. Y, ¿no es la perfección algo sublime, máxime? ¿Algo inalcanzable? Pues siempre cabe la mejora, por muy afanado que sea el resultado, siempre habrá un campo en el que continuar progresando. Como bien dicen muchas personas, muy sabias. La perfección, es inalcanzable.
Por tanto, no podremos encontrar el equilibrio perfecto, así que, ¿nunca seremos plenamente felices, verdad? ¿O si?
Entonces, ¿cuál sería el camino idóneo para encontrarla? 

Y así, sin un final concreto, termino.
Espero que, en algunos de los comentarios, puedan resolver estas preguntas.
   

jueves, 6 de enero de 2011

¿Si es, sólo, un sueño...? Pero, ¿y si no lo es?

Era una mañana cualquiera de una época no tan insignificante, era Navidad, y vivía el mejor momento de mi vida, la mayor felicidad que jamás había experimentado.
Me levanté, aunque con un poco de frío, con el más incesante grado de entusiasmo, ilusión y unas desmesuradas ganas de vivir. Caminé, lenta y pensativamente hacia la ventana, me apoyé en la pared y miré fuera. El panorama era de ensueño: la  fina y reluciente nieve poblaba cada recoveco, y paradójicamente, el Sol intentaba brillar entre las nubes; los niños, alegres, corrían y practicaban todo tipo de ocurrencias con el especial fenómeno invernal que se presentaba. Respiré hondo, sentí en mi interior la ilusión de las fechas, la alegría palpable, la felicidad. E intenté recordar lo que acababa de soñar, un lugar en el que nadie, absolutamente, era superior a ningún otro, donde el más pobre estaba en condición de ayudar al más rico, donde el más afortunado se desvive por escavar en el corazón del más desgraciado para sacar su fe y sus ganas de continuar, donde la guerra o la violencia solo se utilizan como pobres reclamos en películas o series televisivas, donde lo menos necesario es el dinero y lo más importante, es tan solo, la inmensidad de una sonrisa.
- Ostensiblemente, era un sueño; eso sólo puede verse en un mundo de fantasía. - Pensé.
Volví a centrarme en el entrañable paisaje que había fuera. Pero esta vez me fijé un poco mejor: apartado, como si mi ventana se tratase de un cuadro y él estuviese en una esquina, observé como un joven, solo y con aspecto desarreglado, caminaba dando pequeños pasos a un lado y a otro, pero no parecía esperar a nadie; vi algo brillar en su rostro, y cuando se volteó, descubrí que lloraba. Sentí un gran escalofrío, ¿cómo podía caber la tristeza, la soledad, entre tanta alegría y desparpajo?
Unos segundos después, cuando ya me disponía a bajar la cabeza y darme la vuelta, vi a dos chicas hablando y mirando al joven, que no se había dado cuenta de la situación. Una de ellas, se acercó y, tomándolo por la barbilla alzó su cara y se quedó mirándolo, sonriendo. Él, inevitablemente, sonrió. Se dijeron algo, y al instante, los tres caminaban rumbo al puente, como tres amigos que se conocieran desde la más tierna infancia.
Un lágrima descendió por mi mejilla, cuando... desperté, sobresaltado.
Miré hacia la ventana, la lluvia descendía por el cristal, no había casi luz, las nubes lo cubrían todo a pesar de estar ya bien entrada la mañana. Decidí, desganadamente, levantarme. Al acercarme al armario en busca de un abrigo que ponerme sobre el pijama, vi a mamá fuera, bajo la lluvia. Llevaba un paraguas, en la misma mano el correo, que ya había llegado, y en la otra no menos de tres bolsas. Tropezó. Instintivamente, corrí hacia la puerta de mi habitación, con la imagen de mi madre a punto de caer al suelo grabada en mi cerebro. Pero me detuve, y volví a mirar la entrada de la casa por la cristalera, al creer recordar ver a un hombre acercarse.
No creía estar lo suficiente cerca hasta tener la frente pegada al gélido cristal. Y si, allí estaba mi madre, tirada en el suelo, mojada, y con todo lo que había en las bolsas derramado a su alrededor. Y si, también se acercaba ese desconocido hacia ella, sentí miedo, y un poco de alivio. El hombre, cuarentón, recogió el paraguas para evitar que el agua siguiera cayendo sobre ambos, y levantó con cautela a mamá, que sonrió enrojecida. Luego se arrodilló y llenó, una por una, todas las bolsas. Acompañó a la que para él no era más que una mujer con poca suerte, hasta la entrada de casa, donde la dejó, y con una sonrisa y unos buenos días, dio media vuelta y corrió de nuevo hasta doblar la esquina.
Me sentí perdido, y numerosas cuestiones abordaron mi mente.
Entonces, ¿es posible que, en la cruda, dolorosa e inestimable realidad, alguien socorra a otro semejante sin esperar nada a cambio? ¿Es alguien capaz de, tan solo por la paz interior y por el bienestar de la otra persona, molestarse hasta tal punto?
Quizá... sea esto un sueño. Quizá siempre, todo lo que conocemos sea un sueño. ¡No! No quiero pensar así, entonces las maravillas que despreciamos a diario, serían tan irreales como las pesadillas que sufrimos casi con la misma frecuencia.
Por tanto, parece ser que, aún hoy, en medio de esta encrucijada en la que solitos nos hemos metido, hay al menos un ser que valora más la persona, la bondad, la solidaridad, el amor, el corazón, la vida; que el dinero, el prestigio, el orgullo u otros de los inexplicables inventos que hemos desarrollado para "mejorar" nuestra existencia.
Hay alguien en quién podemos confiar, a partir de quién podemos construir un mundo en el que lo que todos y cada uno de nosotros, en lo más adentro de nuestro ser, deseamos, sea un realidad. Felicidad.
                                                                                                                                          A.