sábado, 12 de marzo de 2011

Desaparece tu soledad.


Es posible sentir la soledad, incluso,
comprimido entre miles de personas.
Pero también es factible sentirse
el ser más feliz y afortunado
teniendo a quién amas junto a ti.
O acaso, cuando cierras despacio
tus ojos, no sueñas con estar
ahí, en cualquier bello lugar, sentir
una íntima sonrisa, 
una cómplice mirada,
un sublime roce,
una tierna caricia,
un irreprimible abrazo,
un beso en la noche.
Y en ninguno de ellos sientes
la soledad; pero tampoco
estás dentro de un barullo
de miles de personas indiferentes.
Contigo está esa persona
                                                                                        que hace de la soledad
                                                                                        un mero recuerdo.
                                                                                                                                     A.

domingo, 6 de marzo de 2011

Memorias de mi banco.

Solo escucho el romper de las olas, el piar de unos pocos pájaros, casi puedo comunicarme con el silencio.
Abro los ojos. Allí sentado, con la única compañía que yo decidí tener, el último suspiro de mi vida. Tomo conciencia de qué, sino estaba totalmente dormido, perdí el hilo de mi pensamiento por un tiempo que no sabría definir. Veo una pequeña paloma, que se acerca a mí, pero a unos pocos metros, sale volando.
Me levanto, y camino a casa; con paso lento, desganado, como si no necesitara llegar a ningún lugar. Repito las palabras del doctor en mi cabeza una y otra vez: "no merece la pena seguir utilizando quimioterapia, no está produciendo ningún efecto; y podría causarle otro tipo de daños". ¿Qué tipo de daños podrían ser peores que estos? Ver ese día en que todo termine acercándose, unas veces corriendo, y otras andando, pero con la certeza de que hay un fecha, una hora, y que no está lejos.

Al día siguiente, vuelvo y me siento en el mismo banco de siempre. El mismo en el que me sentaba a comer un helado a la vuelta del colegio cuando era niño y el sol era abrasador. El mismo en el que besé por mi primera vez al amor de mi vida. El mismo en el que tantas y tantas veces he hablado durante horas con mi padre, durante días con mis amigos, y durante un tiempo incontable, conmigo mismo. Ahora era ese tiempo, estoy sentado aquí, solo, como elegí.
Contemplo como el sol, poco a poco, y sin descanso, va acercándose al horizonte. Pienso que, aunque termine cuando atraviese la línea que forma el bello océano, aún le resta un nuevo amanecer; descubro que mi corazón todavía alberga esperanza.
Cuando vuelvo la vista, veo que la paloma, la misma diminuta paloma que el día anterior, pasa a escasos pasos de mis pies, pero cuando me muevo ligeramente, alza el vuelo. Noto un lágrima escapar fugazmente de mis ojos, justo cuando el sol desaparece también.
Me levanto, y ando sin prisa, sin valor; de nuevo, con mi cama como destino.

Cuando un día después, yacía, con mi mejilla apoyada en el torso de mi mano, rompe a llover. Pienso en volver a casa, pero ya era inevitable acabar empapado. Me cubro como puedo, y miro el mar. Extraño el sol, que hoy se pondrá a tientas, a escondidas de todos, solo. Pero mañana, despertará con más fuerza que nunca, siempre resucita. A pesar de la lluvia, el inmenso mar parece calmado, abrazando cada gota que se acerca a él. Amaina, se disipan las nubes, pero el sol ya se ha marchado. Intento levantarme, con mis pesadas ropas completamente mojadas; y veo bajo el banco la paloma, que cuando me pongo en pie y hago un amago de arrodillarme a su lado, corre y se separa de mí, aunque no vuela. Pienso que ha tomado confianza conmigo, pero tiene miedo, no hace mal.
De camino a casa, todos me miran como un desamparado. Todos con la persona que han deseado a su lado, bajo el mismo paraguas, a pesar de saber que ya solo cae un leve sereno.

Otro día, otra tarde, mi eterno banco, mi única posesión fiel. Aunque no es completamente acertado, yo tomé la iniciativa de no decir a nadie que estaba enfermo, yo decidí alejar a quien me quedaba de mí. Yo elegí morir solo.
Sonrío amargamente, cuando, como predije, el sol de esa inolvidable tarde, pegaba sobre las rocas con un ansia especial. Mi cara casi vuelve a su melancolía habitual, pero se mantiene con el mismo semblante cuando veo a lo lejos mi pequeña amiga. Me acerco a la esquina del banco, y espero inmóvil. Recorren mi mente imágenes de estos últimos días, quizá fueran meses, o incluso, puede que hayan pasado algunos años. Veo además a mi padre, sonriendo conmigo en el banco, a mi madre alegre con tres helados entre los dedos; veo a mi primer amor sonreírme tiernamente, a mi mejor amiga abrazarme riendo. Abro los ojos y la paloma está sobre el banco. Salta, y se posa sobre mi rodilla. Con sumo cuidado, paso un dedo sobre te delicado cuerpo; se mueve, tuve la sensación de que quería tocarme también a mí. Miré al mar, el sol estaba a punto de ocultarse bajo el horizonte. Apoyo la cara en mi mano, la paloma salta y para mi sorpresa, se asienta en mi hombro.
Cierro los ojos, me duermo; aunque no estoy seguro de volver a despertar jamás.