domingo, 16 de enero de 2011

Teatro de una vida.

Vivimos en un ir y venir de preocupaciones. En un mar de rutinas y problemas que se suceden en nuestra vida, y que nos afanamos en solucionar y uno tras otro sin descanso. Si algún día tuviésemos la oportunidad de mirar desde fuera el escenario que hemos montado y que vulgarmente llamamos vida, tal una obra teatral, nos daríamos cuenta de que somos como unas marionetas que casi no disfrutamos de ocasiones para nosotros mismos, para conocernos, para aprender a ser felices, para valorar a las personas que nos rodean (nuestra familia, amigos, etc.) a las que hemos brindado nuestra amistad y las que nos han confiado la suya, las que nos han ayudado sin pedir nada a cambio, a las que apreciamos, a las que amamos.
Pero, si observamos durante un segundo, y miramos más allá de nosotros mismos, nos daremos cuenta de que: hay alguien, entre toda la multitud, que al amanecer irradia alegría; que produce nostalgia en su ausencia; que despierta cada mañana a su familia de tal forma que lo primero que hagan al alba sea sonreír; que a su llegada al trabajo todos los compañeros sientan una punzada de alegría en el corazón cuando les desee como de costumbre los buenos días con la mejor y más sincera sonrisa; que a la llegada a casa produzca un ambiente de ánimo, alegría y sinceridad; que en el transcurso de la tarde, mientras realiza sus quehaceres, desprenda alegría por todos los costados; que a la llegada de la noche su esposa se sienta afortunada al entrar en casa; que sus hijos deseen que un día jamás termine; y que lo último que haga, el último suspiro de la jornada antes de caer en el sueño, vuelva a ser sonreír.
Entonces, nos preguntaríamos: ¿será que este raro ser no tiene problemas? Pues no, tienes los  mismo que pudiera tener cualquier persona sobre la tierra. Pero la diferencia, y la respuesta a esta pregunta se encuentra en que afronta los problemas con la certeza de que conseguirá solventarlos y de que cuenta con infinidad de razones para evadirse de estos simples contratiempos. Bien, pero seguiremos preguntándonos, ¿quizá este personaje, sea como es, porque nunca ha sufrido de verdad? Pues no necesariamente, como una persona normal, ha tenido, tiene y tendrá los mismos problemas que quizá hayamos tenido, tenemos o tendremos nosotros: puede que haya sufrido la separación de sus padres; la muerte de un familiar; un suspenso escolar; la no aceptación de un joven de su edad; un desencuentro amoroso que nunca perdió la esperanza de recuperar, y que tal vez hoy sea la mujer que duerme a su lado y la madre de sus hijos; que no le sea sencilla legar a fin de mes, etc., etc., etc. Por tanto, la respuesta a esta interrogante la encontramos en que ha conseguido superar los escollos que se le han presentado y, además, ha sabido sacar la parte provechosa de cada uno de ellos, creciendo como persona poco a poco.
Pero aún, los más desconfiados e indecisos, nos seguimos cuestionando, ¿quizá este personajillo sea como es, debido a su carácter, todos somos diferentes no? Pues vaya, otra equivocación. Ciertamente, todos somos diferentes. Pero una parte de nosotros, viene dada genéticamente, y otra parte, la forma de ser, la personalidad, etc., la mayoría de estos componentes de nosotros mismos, van construyéndose desde que nacemos, por nuestra familia, nuestros profesores, nuestros amigos, nuestras vivencias, y sobre todo, por nosotros mismos. Entonces, esta persona ha sabido formarse, encontrarse a sí mismo, su propia aceptación, y todo con los medios que cada él mismo disponía, que cada uno de nosotros disponemos.  Ahora, pocas preguntas más se nos presentan. Tan solo debemos evadirnos un instante, hacer una ocasión especial y reflexionar sobre quienes somos, quienes queremos ser, a quién amamos, que podríamos mejorar. Y antes o después, cuando menos nos lo esperemos, seremos unas personas felices. 
Luego, podremos levantarnos de la butaca en la que veíamos esta peculiar obra de teatro, entrar en ella, y asumir el protagonismo sin olvidar todo lo que, simplemente observando, hemos aprendido.
                                                                                                                                      A.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Te das cuenta?

En algún momento, te das cuenta de que
conoces la persona que llena tu vacío,
de que sabes como solventar tu soledad,
en ella está respuesta.
Te das cuenta de que puedes mirarle a los ojos
y más que ver, puedes sentir;
escuchar como tu corazón palpita pidiéndo
la eternidad de ese instante.
Te das cuenta de que el ser más fuerte,
usualmente llamado humano, también necesita
a esa otra persona, que te otorga una vida.
Te das cuenta de que eres débil, frágil,
eres porcelana en manos torpes,
o quizá, eres un granito de arena,
en un increíblemente extenso océno.
Pero te das cuenta, que ante ti está el ángel
que te sujetará, no te dejará caer, ni tampoco
dejará que la marea te arrastre.
Te das cuenta de que tienes frente a ti, tu vida.
Y aún así, no eres capaz de dar un paso,
no eres capaz de arriesgar toda la maravilla
que acabas de inventar,
no eres capaz de destrozar un sueño,
nada menos, que para convertirlo en una realidad.
Y no te das cuenta de que quizá, en el corazón
que tienes a tu vera, ocurra exactamente lo mismo.
Finalmente, das media vuelta, te vas.
Queda en ti, de nuevo, el enorme vacío que siempre hubo.
Te das cuenta de que no paras de desperdiciar oportunidades.
Ocasiones para amarle, para vivir.    
                                                            A.

Felicidad.

Primero que nada, preguntémonos, ¿qué es? Dudo que, solamente, dos personas en el mundo coincidan totalmente en la respuesta.
No voy a meterme en si soy, o no, feliz. Me gustaría solo analizar qué es lo que llamamos felicidad y como se puede conseguir algo así, si es que tal meta se consigue.
Primero que nada, ¿qué entendemos por felicidad? ?Existe eso de felicidad absoluta, felicidad total? Yo creo que no. Más bien, podría existir la felicidad familiar, en la que disfrutas de un hogar en el que vivir, junto a tu familia y parientes, donde además, las cosas funcionan relativamente bien, y es un lugar al que deseamos llegar cuando concluye el día, o cuando terminamos la jornada laboral al mediodía. Pudiéramos hablar también de felicidad laboral, en la que tu trabajo te satisface, te llena, te siente alegre y de provecho realizándolo, es aquel oficio al que te apetece ir por la mañana y en el que no tienes problema en quedarte media hora más si fuese necesario. También se podría hablar de felicidad en el amor, cuando tienes una pareja a quién de verdad amas y que te ama honestamente (que no escasean tanto como se piensa), es la relación en la que puedes mirar en los ojos al otro, y decirle: soy feliz. Y que te responda con una sonrisa. O también decirle: me siento mal, no estoy bien. Y que te conteste en silencio, con un abrazo. Es la relación en la que las cosas salen del corazón, y que uno ayuda al otro porque lo necesita, no por obligación.
Aunque ser feliz no conlleva vivir en un cuento. Es una familia, en una casa, obviamente, habrá problemas. Pero el avanzar consiste en ir solucionándolos y sacando un provecho de ellos. Es probable que en el trabajo hay personas con las que no sintamos afinidad, o momentos en los que deseemos que sea la hora de irse; pero pobres de nosotros si fuéramos todos iguales, donde quedaría pues la sabiduría, el aprendizaje unos de otros. Seguramente, en cualquier relación existan roces, momentos de disputa, pero todos esos resquicios, cuando pasan, se convierten en puntos fuertes, los problemas acaban haciendo más fuertes a la pareja.
La felicidad no es solo y exclusivamente cosas buenas, maravillosas e increíbles.
Y podríamos seguir, líneas y líneas especulando con situaciones afables y de ensueño en las que seríamos plena o mayoritariamente felices.
Pero, ¿es posible ser feliz en todos y cada uno de los aspectos imaginables? ¿Sería posible en tal caso, ser plenamente feliz, sin un solo margen para la tristeza?
Creo que no, porque esencialmente, para que podamos hablar de "bueno", tiene que haber "malo"; para hablar de "negro", deberemos conocer también el "blanco". ¿Cómo sino sabríamos cuando somos felices si no sabemos que es lo opuesto, que la tristeza o la melancolía?
Ahora, pensemos como podemos conseguirla. Si quisiéramos conseguir la felicidad completa en el hogar, deberíamos pasar allí mucho tiempo, dedicarle hora,s empeño, entusiasmo, ilusión. Pero, lamentablemente, no somos eternos ni podemos dividirnos. Por tanto, deberemos dejar un poco de lado el trabajo, por ejemplo, y en tal caso no conseguiríamos la felicidad en ese apartado, pues no estaríamos rindiendo al total de nuestro potencial. Puede, quizá, que la solución se encuentre entonces en hallar el equilibrio perfecto en todas las facetas de nuestra vida. Pero, detengámonos, ¿existe la perfección? Hablamos de la harta dificultad para conseguir una total y completa felicidad, y utilizamos la perfección para ello. Y, ¿no es la perfección algo sublime, máxime? ¿Algo inalcanzable? Pues siempre cabe la mejora, por muy afanado que sea el resultado, siempre habrá un campo en el que continuar progresando. Como bien dicen muchas personas, muy sabias. La perfección, es inalcanzable.
Por tanto, no podremos encontrar el equilibrio perfecto, así que, ¿nunca seremos plenamente felices, verdad? ¿O si?
Entonces, ¿cuál sería el camino idóneo para encontrarla? 

Y así, sin un final concreto, termino.
Espero que, en algunos de los comentarios, puedan resolver estas preguntas.
   

jueves, 6 de enero de 2011

¿Si es, sólo, un sueño...? Pero, ¿y si no lo es?

Era una mañana cualquiera de una época no tan insignificante, era Navidad, y vivía el mejor momento de mi vida, la mayor felicidad que jamás había experimentado.
Me levanté, aunque con un poco de frío, con el más incesante grado de entusiasmo, ilusión y unas desmesuradas ganas de vivir. Caminé, lenta y pensativamente hacia la ventana, me apoyé en la pared y miré fuera. El panorama era de ensueño: la  fina y reluciente nieve poblaba cada recoveco, y paradójicamente, el Sol intentaba brillar entre las nubes; los niños, alegres, corrían y practicaban todo tipo de ocurrencias con el especial fenómeno invernal que se presentaba. Respiré hondo, sentí en mi interior la ilusión de las fechas, la alegría palpable, la felicidad. E intenté recordar lo que acababa de soñar, un lugar en el que nadie, absolutamente, era superior a ningún otro, donde el más pobre estaba en condición de ayudar al más rico, donde el más afortunado se desvive por escavar en el corazón del más desgraciado para sacar su fe y sus ganas de continuar, donde la guerra o la violencia solo se utilizan como pobres reclamos en películas o series televisivas, donde lo menos necesario es el dinero y lo más importante, es tan solo, la inmensidad de una sonrisa.
- Ostensiblemente, era un sueño; eso sólo puede verse en un mundo de fantasía. - Pensé.
Volví a centrarme en el entrañable paisaje que había fuera. Pero esta vez me fijé un poco mejor: apartado, como si mi ventana se tratase de un cuadro y él estuviese en una esquina, observé como un joven, solo y con aspecto desarreglado, caminaba dando pequeños pasos a un lado y a otro, pero no parecía esperar a nadie; vi algo brillar en su rostro, y cuando se volteó, descubrí que lloraba. Sentí un gran escalofrío, ¿cómo podía caber la tristeza, la soledad, entre tanta alegría y desparpajo?
Unos segundos después, cuando ya me disponía a bajar la cabeza y darme la vuelta, vi a dos chicas hablando y mirando al joven, que no se había dado cuenta de la situación. Una de ellas, se acercó y, tomándolo por la barbilla alzó su cara y se quedó mirándolo, sonriendo. Él, inevitablemente, sonrió. Se dijeron algo, y al instante, los tres caminaban rumbo al puente, como tres amigos que se conocieran desde la más tierna infancia.
Un lágrima descendió por mi mejilla, cuando... desperté, sobresaltado.
Miré hacia la ventana, la lluvia descendía por el cristal, no había casi luz, las nubes lo cubrían todo a pesar de estar ya bien entrada la mañana. Decidí, desganadamente, levantarme. Al acercarme al armario en busca de un abrigo que ponerme sobre el pijama, vi a mamá fuera, bajo la lluvia. Llevaba un paraguas, en la misma mano el correo, que ya había llegado, y en la otra no menos de tres bolsas. Tropezó. Instintivamente, corrí hacia la puerta de mi habitación, con la imagen de mi madre a punto de caer al suelo grabada en mi cerebro. Pero me detuve, y volví a mirar la entrada de la casa por la cristalera, al creer recordar ver a un hombre acercarse.
No creía estar lo suficiente cerca hasta tener la frente pegada al gélido cristal. Y si, allí estaba mi madre, tirada en el suelo, mojada, y con todo lo que había en las bolsas derramado a su alrededor. Y si, también se acercaba ese desconocido hacia ella, sentí miedo, y un poco de alivio. El hombre, cuarentón, recogió el paraguas para evitar que el agua siguiera cayendo sobre ambos, y levantó con cautela a mamá, que sonrió enrojecida. Luego se arrodilló y llenó, una por una, todas las bolsas. Acompañó a la que para él no era más que una mujer con poca suerte, hasta la entrada de casa, donde la dejó, y con una sonrisa y unos buenos días, dio media vuelta y corrió de nuevo hasta doblar la esquina.
Me sentí perdido, y numerosas cuestiones abordaron mi mente.
Entonces, ¿es posible que, en la cruda, dolorosa e inestimable realidad, alguien socorra a otro semejante sin esperar nada a cambio? ¿Es alguien capaz de, tan solo por la paz interior y por el bienestar de la otra persona, molestarse hasta tal punto?
Quizá... sea esto un sueño. Quizá siempre, todo lo que conocemos sea un sueño. ¡No! No quiero pensar así, entonces las maravillas que despreciamos a diario, serían tan irreales como las pesadillas que sufrimos casi con la misma frecuencia.
Por tanto, parece ser que, aún hoy, en medio de esta encrucijada en la que solitos nos hemos metido, hay al menos un ser que valora más la persona, la bondad, la solidaridad, el amor, el corazón, la vida; que el dinero, el prestigio, el orgullo u otros de los inexplicables inventos que hemos desarrollado para "mejorar" nuestra existencia.
Hay alguien en quién podemos confiar, a partir de quién podemos construir un mundo en el que lo que todos y cada uno de nosotros, en lo más adentro de nuestro ser, deseamos, sea un realidad. Felicidad.
                                                                                                                                          A.