era un efímero e intangible pensamiento.
Tan imposible reprimirlo, como desvelarlo.
Ahondaba un surco en mi pecho,
cada vez que dormía, cada segundo que soñaba.
Así que, mirándote a los ojos y con la mano en el corazón,
deja que te lo cuente.
No esperes una superproducción,
ni tampoco la gran solución de nuestra sociedad.
Es mi pequeño relato, que posiblemente,
solo tú lo sepas, porque solo tú me has prestado atención
y mejor es, pues solo tú mereces escucharlo.
Y solo eres tú quien quiero que lo conozca.
No tengo claro como expresarlo, solo sé que lo siento.
Al cerrar lo ojos, una bruma celeste precede un árbol,
grande, casi divino, miles de florecillas acompañándolo
parecían sonreír a mi paso; aroma matinal, un ambiente especial.
Un asombroso paseo a continuación, baldosas,
aún húmedas del rocío que camina junto a la luna.
No puedo resistirme, quiero agacharme y tocarlas,
tomo una flor a su vez, verde, como la mayor de las esperanzas,
o quizá fuera azul; o probablemente una mezcla de ambos,
como únicamente se hiciese un día en tus ojos.
Diviso un banco, pequeño, tablones de madera cobriza,
tan acogedor como pudiera ser un abrazo que me dieras.
Tengo el irreprimible deseo de llegar a él, ando,
e incluso corro, y lo consigo, llego a él. Con la diminuta flor,
que espero, te enamore como lo hizo conmigo.
Un paso más, y estoy ya sentado, es formidable.
Intento compartir con alguien mi alegría, pero no hay nadie;
es más, miró más allá de lo que lo había hecho anteriormente,
recobro la conciencia, y me doy cuenta de que el silencio,
opaco, cortante, abarca todo lo que soy capaz de divisar.
Entonces, despierto, sé que mi sueño no era el paraíso.
Mi deseo era contarte que mientras estoy a tu lado,
justo en los instantes en que me miras a los ojos,
me acaricias, los momentos en que te necesito,
y que tan feliz me hacen, me llevan a un oasis inimaginable, juntos.
No es necesario soñar, estamos sentados frente a frente,
yo aún con la infinitamente hermosa flor en mis dedos,
te la brindo, sonríes, la tomas, me abrazas.
Eres mi paraíso, no me sueltes.
Intento compartir con alguien mi alegría, pero no hay nadie;
es más, miró más allá de lo que lo había hecho anteriormente,
recobro la conciencia, y me doy cuenta de que el silencio,
opaco, cortante, abarca todo lo que soy capaz de divisar.
Entonces, despierto, sé que mi sueño no era el paraíso.
Mi deseo era contarte que mientras estoy a tu lado,
justo en los instantes en que me miras a los ojos,
me acaricias, los momentos en que te necesito,
y que tan feliz me hacen, me llevan a un oasis inimaginable, juntos.
No es necesario soñar, estamos sentados frente a frente,
yo aún con la infinitamente hermosa flor en mis dedos,
te la brindo, sonríes, la tomas, me abrazas.
Eres mi paraíso, no me sueltes.