Me propuse sacar de mi cabeza, durante un segundo, todo lo que había ocurrido antes; apartar también a Natalia, y a su familia; pensar un poco mí. Sentí verdadero miedo al recordar el examen que me esperaba tras el almuerzo, tan vital, como complicado; a pesar de haber estudiado durante varios meses y de mi bastante aceptable historial a lo largo de la carrera, no me veía capacitada para aprobarlo, no si seguía tan descentrada como estaba.
Esperaba que la comida con Néstor consiguiera distraer mi atención, y pudiera así concentrarme con mayor facilidad cuando llegara a la facultad.
Entre tanto, ya había dejado atrás la escasa distancia que separa el restaurante, en el que Néstor debía estar esperándome, y la plaza en la que me había visto con Natalia. Conseguí aparcamiento con notable rapidez, supuse que era debido al cierre de la mayoría de establecimientos y la salida de los empleados hacia su hogar. Intenta mantener todo el tiempo posible las ocurrencias más banales y triviales que me venían a la mente o veía a mi alrededor: como un niño enfadado tiraba al suele su juguete porque su madre no accedía a llevarlo en brazos; o como dos ancianos cruzaban la calle con la parsimonia de la sabiduría, de conocer la verdadera esencia de la vida, aquella en la que debemos disfrutar y percibir cada instante como irrepetible, cada persona como irremplazable. Pero era imposible evadirme totalmente, ese niño enfadado revivía la mirada angelical suplicante de vida que horas antes había percibido en la plaza; esos felices ancianos traían a mi recuerdo la abuela de Natalia y el distanciamiento de sus padres.
El claxon de un impaciente ciudadano con ganas de regresar a la paz de su casa me trajo de nuevo a la realidad, encontrando, con bastante fortuna, una plaza libre cerca del restaurante.
Al bajarme del coche ya veo a Néstor a en la puerta, esperándome.
Me recibe con un abrazo y pregunta:
- ¿Qué tal? ¿Como ha ido el día?
- Se podría decir que estoy bien, pero es todo demasiado largo de contar, entremos.
- Vale, pasa.- Pasa su brazo encima de mis hombros y me invita a entrar con la mano.
Necesitaba esto, necesitaba sentir un poco de paz a su lado.
El camarero, al verme, nos indica la mesa que nos habían reservado. Nos sentamos, nos entragan la carta, y él vuelve a formular la misma pregunta:
- Bueno, ¿puedo saber ahora como estás?
- Si, claro. Te he dicho que estoy bien. Un poco nerviosa por el examen, y descentrada por el día que llevo; pero estoy bien.
- No lo estás totalmente. Cuéntame, ¿qué días llevas? - Continuó preocupado.
- Pues... Para empezar, me levanté dos horas más tarde de lo que esperaba, por lo que tuve que hacer maravillas para no dejar plantada a Natalia en la plaza, y casi rompo la taza favorita de Raquel en el camino. Cuando llegué al centro, un niño se cayó en el paso de peatón e instivamente me tiré sobre él, no faltó demasiado para que el coche que se acercaba nos atropellara; luego me emocioné un poco mientras intentaba animar a mi amiga. En fin, demasiadas emociones para tan poco tiempo, y aún más teniendo un examen dentro de un rato; pero bueno, estoy bien. - Concluí. - ¿Tú que tal, como ha ido tu entrevista? - Intenté centrar la conversación en otro punto que no fuera yo.
- No puedo estar bien, no si tú no lo estás. La entrevista fue bien, parece que les he gustado. Tendrán que llamarme en unos días para decirme que he conseguido, o no, el trabajo.
- Estaré bien, tranquila. Un día extraño, nada más.
Me cogió la mano sobre la mesa y sonrió.
- Venga, decidamos que comer.
Pedimos, y como es costumbre en ese restaurante, la comida llegó muy rápido. Comimos, charlamos durante un rato más y salimos del restaurante tras pagar.
No me apetecía dejar a Néstor ahora, estaría con él toda la tarde. Sin hablar, sin hacer nada. Sólo estar con él. Pero siempre hay una diferencia entre nuestros deseos y nuestras obligaciones.
- Debo irme ya, no quiero llegar tarde una vez más hoy - Dije apenada mientras caminábamos lentamente, como quién no quiero llegar, al parking donde estaba mi coche.
- Tienes razón. ¿Te llamo luego? - Preguntó mientras me apretaba contra él.
- Si, por favor - Contenté cerrando los ojos, contra su pecho.
- Mucha suerte. Recuerda, respira ondo y relájate. Yo sé que puedes hacerlo.
- Gracias, pasa una buena tarde, ¿vale? - Me despedí con pocas ganas.
- Claro, tú también; mucha suerte, otra vez - Concluyó.
Sonreí y él susurró en mi oído: - Un mundo.
Es muy propicio a este tipo de detalles, que tanto me dejan pensativa durante muchísimo tiempo, como me hacen desear la próxima vez que me llame, para preguntarle por su significado, aunque nunca me lo diga.
Quizá, una palabra no tenga en sí tal significado; más bien es el significado que cada uno le damos, o que cada persona hace que tenga al decirla. En cualquier caso, él hace que me sienta especial.
A.